domingo, 29 de enero de 2017

Mamá, ¿sigues ahí, a mi lado?

Anoche volví a soñar contigo. El sueño lo recuerdo de forma difusa, y tanto mejor porque lo que en él veía, los momentos de tu enfermedad que viví pero también los que no viví, todo eso me resultaba desgarrador. Soñé que te curabas pero solo temporalmente, pues la Muerte estaba esperando para darte la estacada final. ¿Cómo podía ocurrirnos algo así? Sentía ira y un dolor insoportable. Hubo momentos durante el sueño, me parece recordar, en los que lloraba desconsoladamente (¿o acaso eso también lo soñaba...?).

A veces me siento un miserable por evitar mirar tus fotos, huyendo del dolor. Hay una en concreto en mi teléfono móvil que no puedo mirar sin romperme por dentro: apareces con una sonrisa tierna, fingida tal vez, y se aprecia la desmejoría y la pérdida de peso que aquella maldita cirugía que al final de nada sirvió te causaron. Mi hermana dice a menudo que tú ya sabías que te ibas, aunque nadie te hubiera insinuado lo más mínimo al respecto. ¿Será verdad? Me viene a la mente un recuerdo: el de la última vez que nos abrazamos y nos besamos, en el rellano de la escalera, antes de mi regreso a Francia después de Navidad. Tú no pudiste venir conmigo porque estabas convaleciente por la reciente cirugía, y tus ojos parecían querer llorar, pero no lo hicieron. Recuerdo la emotividad y la tristeza con las que nos despedimos. Tal vez tú te estabas despidiendo ya de mí para siempre; al fin y al cabo, tanta tristeza disfrazada de sonrisa y atenciones hacia ti debieron de hacerte sospechar. Yo, en cambio, me resistí a aceptar tan trágico desenlace hasta el final, esperando que ocurriría un milagro, rezando por las noches en la soledad de mi habitación en los momentos en que me sentía tan desesperado y desamparado al ver que los días se sucedían en el calendario, cada vez más rápido.
Procuro evitar todos estos recuerdos, al igual que hago con tus fotografías. Y no porque no te quiera, sino porque es tan honda mi tristeza que a veces desearía marcharme junto a ti. Al fin y al cabo, tú jamás podrás volver. Muchas veces necesito un abrazo. ¿Será quizás el tuyo el que necesito realmente, el único capaz de recomponer mis piezas? ¿Cuántos besos y abrazos me quedaron por darte, cuántos «te quiero» por decirte? Mamá, ni te he olvidado ni te olvidaré nunca. Seguiré esperando noticias tuyas, aunque espero que no sean en forma de pesadillas, sino de tiernos recuerdos que me permitan volver a tenerte a mi lado por unas horas, velando por mí, diciéndome que te encuentras bien allá donde estás y que tú también me quieres incondicionalmente, que no me guardas rencor alguno.

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