domingo, 12 de mayo de 2013

*

Ayer leí en Twitter esta frase de un tal rapero norteamericano llamado Tupac Shakur, ya fallecido: "Mi madre solía decirme que si no podía encontrar algo por que vivir, mejor encontrara algo por que morir". Hay veces que, de alguna forma, me he planteado (y me planteo) esa cuestión. Hay veces, muchas veces, para ser exactos, que me pregunto si en realidad sigo vivo. Es cierto que respiro, me alimento, tengo las necesidades vitales que cualquier persona tiene. Y sin embargo, pareciera estar pisando insistentemente el umbral de ese otro mundo tan lejano. Este planteamiento me lleva a preguntarme qué me retiene aún en el mundo de los vivos. Qué me hace cumplir concienzudamente todos los estúpidos compromisos que se me presentan un día, otro día, y otro, hasta que los días se convierten en semanas, meses, años. Por qué esa constante necesidad de tener contentos a los demás, cuando los demás ya no me importan. Me pregunto si no será que en el fondo busco contentar a los demás con el único fin egoísta de contentarme a mí mismo. O de consolarme. La verdad es que no lo sé. Porque es cierto: los demás han dejado poco a poco de importarme. He llegado a la conclusión de que siento un profundo desprecio hacia el ser humano en general. Cada día me parece más egoísta e inmaduro. Me irrito cuando oigo a la gente hablar o reírse tan alto en la calle, cuando algún conductor listillo cruza con el coche mientras el semáforo está en verde para los peatones, cuando algún desconocido se me queda mirando descaradamente (aunque reconozco que, en ocasiones, me gusta en cierto modo), cuando hay demasiado ruido, o cuando la gente en el autobús se abre paso a empujones. Son demasiadas cosas. Y ya no solo los demás, sino que, en general, ya casi nada me importa.