jueves, 16 de agosto de 2012

Días tan cortos y noches tan largas...

A menudo, durante el día, preferiría estar solo. Que me hablen lo justo -porque noto que las palabras se me clavan cada vez más hondo-, o simplemente poder pasar un rato de silencio casi absoluto. Noto que el ruido de los coches, de los gritos de la gente que se oyen desde la ventana, de esos anuncios tan odiosos que ponen por la tele, me altera sobremanera, como si me martillearan de forma ininterrumpida en la cabeza. Y mis noches son largas. Es en ese momento cuando estoy completamente solo, cuando apenas se oye algún que otro coche que pasa de cuando en cuando con esa música tan fiestera. Podría decirse que muchas veces me gustaría estar solo, aunque el sentimiento de soledad me tortura y me hace preguntarme de qué mierda sirve todo esto. Llevo mucho tiempo pensando en que necesito cambiar de aires. Irme al extranjero un tiempo. A lo mejor no necesito más que eso: alejarme de esta rutina tan absurda que forma parte de este libro tan absurdo en el que, por más que lo intento, no consigo pasar página. O puede que simplemente esté cansado de la estupidez de la gente que me rodea. No se dan cuenta de cómo duele el paso del tiempo, y más aún cuando pasa sin que nada cambie. Hace unos días ya que cumplí 19 años. Bueno, ¿y qué? ¿Qué ha cambiado? Soy un año más viejo, y el próximo año, otro año más viejo, y habrán pasado de nuevo 365 días de miradas vacías, besos y abrazos rutinarios, gente que se tropieza por los pasillos y ni se mira, días lluviosos y prisas a todos lados. Son muchas las veces que me pregunto por qué llega un día en que aquellas cosas que nos hacen tan felices se van para dejar entrar aquellas otras tan feas, absurdas, carentes de sentido; aquellas que acortan nuestros días y alargan nuestras noches oscuras.