domingo, 10 de febrero de 2013

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Aquella mañana solo recordaba que se había despertado con un fuerte dolor de cabeza que se vio acentuado cuando, tras descorrer las cortinas, aquel sol cegador invadió la estancia. Nada más. Debía de haber vuelto a emborracharse la noche anterior mientras veía aquella Teletienda que emiten a altas horas de la madrugada. Prodigiosas fajas reductoras, milagrosas cremas antiarrugas, las mejores sartenes antiadherentes del mundo. Todo perfecto contado por una guapa "ama de casa" de voz angelical. Aquello siempre había sido superior a sus fuerzas, pero necesitaba escuchar algo, cualquier cosa. Hacía ya tiempo que el silencio le pesaba demasiado. Sentía que le asfixiaba. Que un desagradable escalofrío le recorría el cuerpo y los ojos se le anegaban en lágrimas, si bien, por alguna extraña razón, no alcanzaba a llorar.

Recordaba cómo hacía unas pocas semanas su compañero de trabajo le había sugerido que podría estar teniendo problemas con el alcohol. -Creo que pasas demasiado tiempo en ese bar. Quizás deberías volver a casa más temprano. Hay mañanas en las que pareces realmente cansado, como si apenas hubieras descansado -le había dicho mientras tomaban un café durante un breve descanso. -Debo de tener algo de anemia. Ya iré al médico un día de estos-. Mentía, sin duda alguna. Era un hecho conocido por todos que su mirada había perdido todo brillo, que su voz sonaba apagada y carente de cualquier emoción, que caminaba arrastrando los pies, como si siempre olvidara adónde iba. Desde que habían sufrido aquel accidente de moto que dejó a Álvaro tetrapléjico, ya no era el mismo de siempre. De hecho, se había olvidado de quién era. Se había olvidado de vivir. Y lo sabía, pero oírse a sí mismo decírselo a su compañero mientras este le lanzaba una sonrisa comprensiva con la que intentaba ocultar la lástima que se reflejaba en sus ojos, no podría soportarlo.