domingo, 1 de diciembre de 2013

Piezas rotas

Dicen que todos nacemos ya completos y que no necesitamos ese «alguien» que anda perdido, como nosotros, en algún lugar del mundo, esperando a encontrarse con su otra mitad que hará sus días más felices. Yo, en cambio, soy una persona incompleta. Porque hubo un día, demasiado lejano como para recordar con claridad cuándo, que terminé de romperme. Igual que un rayo cruza en un instante la bóveda celeste en la inmensidad de la noche, hubo un día en que algo en mí hizo un fuerte «crac». Con el tiempo creo haberme dado cuenta de qué era eso que se rompió en mí, pero no he sido capaz de repararlo. Supongo que hay cosas que, una vez rotas, no pueden restablecerse. ¿Se restablece una amistad tras una traición, o vuelve acaso a ser la misma de antes después de que el tiempo la haya desgastado? ¿Y qué hay del amor -del tipo que sea-? El resentimiento lo hiere de igual forma. El mundo está lleno de personas rotas, como las viejas marionetas que un niño un día abandona en un desván lleno de polvo, y ellas ni siquiera lo saben. O lo saben y se levantan cada día con la esperanza, una vez más, de reparar lo que en ellas se quebró. A veces lo consiguen. Yo sigo esperando que llegue el día en que abra los ojos y un sol cegador entre por mi ventana, y pueda arrojar mis piezas rotas al mar azul, y unos brazos cálidos me rodeen con ternura y pasión queriendo no soltarme nunca. Tal vez entonces estaré reparado.



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